Otro día vino Borges y le dije, sin vergüenza ni humildad: la escuela se parece mucho a un ícono, ¿viste?
Prácticamente sin esfuerzos es posible convocar a la conciencia de cualquiera un conjunto complejo de representaciones, recuerdos e incluso fantasías asociadas a la idea de escuela. En eso una escuela se parece mucho a un ícono y un ícono se parece mucho a una palabra para holgazanes o analfabetos.
Un símbolo, una equis, un espacio en blanco para rellenar con lo que sea. Eso que cualquiera puede pensar sobre la escuela no se parece en nada a la escuela, salvo en que la escuela es igualmente opaca. Y esto, paradójicamente cifra de alguna manera lo que la escuela es en lo que no es.
Nadie sabe lo que ocurre realmente dentro de la escuela, porque la escuela es en cada persona, y cada persona, de alguna manera es la escuela. No hay una persona que sepa verdaderamente quién es y por lo tanto nadie puede saber qué es la escuela. Es más: sabemos muy pocas cosas y la escuela es una forma de multiplicar las cosas que creemos, pero muy probablemente no las que sabemos.
Un ejemplo sencillo consiste en que todos creemos que el aire existe y que es eso que respiramos y que tiene la composición de 21% de oxígeno y 78% de nitrógeno y el resto de otros gases incluyendo el vapor de agua. Pero ninguno de los que sabemos esto, lo hemos medido y por lo tanto creemos en lo que otros han medido, despreciando estadísticamente la posibilidad incierta de que muchas personas hayan obtenido los mismos resultados.