—¿Qué pasa cuando izamos las banderas, además del hecho de que decimos que izamos la bandera, en singular, a pesar de que subimos más de una bandera, es decir: banderas, en plural? —no di tiempo a nada y proseguí— ¿qué pasa, digo, con una persona que no es argentina, o mejor expresado, si quieren: que le pasa a una persona que no es argentina, que no se siente o que no se considera argentina o a una persona a la que no le interesa para nada la Argentina, ni la bandera? ¿Tiene que levantar la vista, sacarse una gorra, hacer silencio, respetar el momento? ¿Son verdaderamente argentinos los que izan la bandera como si estuvieran subiendo una foto a instagram, sin ceremonia? ¿Es necesario ser argentina o argentino? ¿Estamos siendo representados por un símbolo como la bandera nacional? ¿Cömo es posible que buscando el permanente reconocimiento de la diversidad busquemos unificarnos bajo un emblema común? ¿podemos mantener nuestra identidad individual en la escuela? ¿Acaso no harían falta banderas que nos representen a cada uno siendo izadas en este mástil? ¿Y qué pasa con la bandera wiphala que alguien que no somos ninguno de nosotros decidió subir junto a la nacional como un gesto de reconciliación con una historia miserable y una memoria pobrísima? —solo algunas de las chicas y chicos me escuchaban todavía, para el resto me había transformado en un olor irreconocible que la atención prefería ignorar— ¿podemos respetar o querer lo que no conocemos?
Caminaba por entre las sillas y buscaba con la vista a cada una y a cada uno, una tras otra las preguntas como granizo cayendo sobre el capó bajo el que sé que se encenderán algún día los motores. De pronto mi actitud se había convertido en el Pampero que secaba hasta la última risa.
—Tal vez para esto sirva la escuela: para que la pequeña piedrita de lo que sabemos se deshaga en arena que se escurre entre los dedos, para que ocultos entre los médanos tengamos que buscarnos y encontrarnos de nuevo, para que en el milagro de reconocernos entendamos que hay otro tal vez, nosotros después, incluso, que pueden ser con este mismo granito de arena que reclamo como mío un ser distinto y completamente nuevo.
Justo Borges pasó por la puerta e hizo un gesto, como asintiendo y las chicas y chicos me miraban sorprendidos, atónitos, inmóviles, en silencio... hasta que se oyó una voz que dijo:
—¿No podemos leer?